Por: Guillermo Ramos Flamerich
Se dice que la política es el arte de lo posible, y si algo debe ser más que una posibilidad para convertirse en una realidad, para logar la reconstrucción de Venezuela, es la política, ella debe ser la generadora de confianza. En el país todos desconfiamos de todos en cualquier momento y en cualquier lugar. Se justifica ante el grado de miedo y violencia que existe en nuestra sociedad. Pero si queremos empezar a ver otros resultados, es necesario levantar un tejido social basado en la confianza y en la aceptación del otro, ese que comparte contigo, como diría Picón Salas, una misma y “profunda profesión de llamarse venezolano”.
Esta nueva realidad no es algo que surja de la noche a la mañana, pero debe ser imaginada, pensada, conversada y consensuada con la gente. Para ello se necesita un liderazgo capaz de ver el horizonte, pero sin olvidarse de los problemas de la vida diaria. Ya los profesores Werner Corrales y Tanya Miquilena dejaron constancia, en muchas ocasiones, de la necesidad de una visión compartida de país, en el que se incluyan los diversos sectores, entendiendo que el rol de cada uno y de todos es la construcción de una institucionalidad democrática que tenga como centro la superación de la pobreza y la desigualdad, solo así podremos pensar en un sistema sostenible en el tiempo y con la capacidad de generar desarrollo en los diversos ámbitos que componen a una sociedad.
Para ello, el liderazgo gana autoridad no únicamente en las urnas electorales, sino en el compromiso por cumplir acuerdos, de avisar, comunicar y encabezar todo lo que se puede y se debe hacer. En política todo es cambiante, pero existen unas líneas básicas que se deben sostener. Creando precedentes en la dirigencia, no solo política, sino también empresarial, social y de organización comunitaria, se genera una pedagogía que se retroalimenta con la actividad del ciudadano común. Este debe sentir que tanto sus derechos, como sus deberes, se encuentran amparados no únicamente en un papel, sino inserto en una realidad social de la que forma parte.
El dilema para la transformación institucional del país no está en modificar nombres, sino en construir un Estado de derecho donde los venezolanos podamos, poco a poco, dejar de estar a la defensiva ante cualquier situación. El actual sistema pareciera estar creado para hacerte la vida al ciudadano más difícil, entre la resistencia y la tragedia. El establecimiento de ese tejido de confianza también tiene un marcado plano material. Seguridad, servicios públicos con un funcionamiento adecuado, la educación y la salud de calidad, son necesarios para aumentar la calidad de vida de la gente. Esto robustece la capacidad de nuestra sociedad de poder ser cada vez más solidaria.
Los venezolanos siempre nos hemos reconocido como un pueblo fraternal, que se sensibiliza ante la situación del otro. Pero ha sido el individualismo exacerbado, la falta de un proyecto común y la eterna sospecha, así como la espera de una solución mágica a nuestros deseos, lo que nos ha llevado a esta crisis comandada por los usurpadores del poder. La reconstrucción de Venezuela pasa por entender y resolver esos problemas que no nos han permitido avanzar.
Generar confianza es la base para una democracia que permita convertirnos en ese país que queremos y merecemos.