Por: Werner Corrales
El presente artículo da inicio a una serie que dedicaré a la reconstrucción de Venezuela, basada en las propuestas del libro “Venezuela, vértigo y futuro”, de Editorial Dahbar y la Universidad Metropolitana, cuya autoría comparto con Tanya Miquilena. En este primer escrito analizo para nuestros lectores cuándo comenzó a gestarse el derrumbe de nuestro país, cuál es la dimensión real del desastre y cuáles son los problemas que lo generaron. Partiendo de ese análisis, dedico los artículos subsiguientes a propuestas para una reconstrucción que nos asegure el progreso sostenido y la no repetición del ciclo de deterioro que nos trajo hasta aquí.
Los venezolanos estamos a punto de rescatar la democracia, pero la recuperación de nuestro país no será una consecuencia automática de la superación del régimen socialista. Tendremos que hacer mucho para reconstruir a Venezuela, porque nuestro derrumbe ha sido enorme, y tendremos que hacerlo en un nuevo estilo de desarrollo, para que el futuro que construyamos le ofrezca a todos los venezolanos la posibilidad de progresar y realizarse en paz, evitando así los errores sostenidos por muchas décadas, que a la larga nos llevaron a la tragedia de los últimos tiempos.
Algunos datos sobre la cronología y las dimensiones de nuestro derrumbe
Para entender cómo se gestó nuestra declinación, baste comentar el comportamiento de unos pocos indicadores de desarrollo, en los últimos veinte años de la democracia y en las dos décadas del socialismo que estamos por superar. Entre 1978 y 1998 el salario medio real del trabajador venezolano se redujo en un 65% y para 2017 su reducción acumulada ya era de un 93%; la pobreza de ingresos creció de un 30% a más del 60% de la población en las dos últimas décadas del Siglo XX y llegó a ser un 87% en 2017; y la tasa anual de homicidios por cada 100.000 habitantes pasó de 10 en 1978 a 20 en 1998, para hacerse superior a 80 en 2018.
La magnitud del derrumbe económico adquiere una dimensión gravísima cuando comparamos nuestro progreso con el de los países desarrollados a lo largo de los últimos cuarenta años. Para 1978 nuestro Producto Interno Bruto percápita a precios constantes (PIBpc) representaba aproximadamente el 95% del valor promedio de los países miembros de la OCDE, en 1998 ya había caído a un 47% y en 2018 apenas representaba un 22%, valor que es menor que el de cualquiera de los años de nuestra historia posteriores a 1860!!!.
No es que sea poco el repliegue de 60 años que algunos economistas reconocen en el PIBpc de Venezuela al compararla consigo misma a lo largo de su historia reciente. Es que debemos mirarnos en relación al resto del mundo, y en particular en relación a los países cuyos niveles de desarrollo buscamos alcanzar, los cuales, mientras nosotros retrocedíamos, no han parado de progresar en nivel de vida, en dominio del conocimiento y en capacidades para generar riqueza.
Y al explorar un poco más ese enorme hundimiento, nos damos cuenta de que él es expresión de una crisis más amplia que un grave abatimiento de la economía; que tiene manifestaciones sociales muy serias como el crecimiento de la pobreza estructural que ya mencionamos; y que muestra expresiones institucionales que también se vienen agravando progresivamente desde los años 70.
Tres graves problemas que se nos hicieron crónicos por cuarenta años explican nuestro derrumbe; los debemos resolver con estrategias que cambien dramáticamente las orientaciones de políticas que venimos empleando desde los años 70 del siglo pasado. Se trata de nuestra pérdida de capacidades, la degradación de nuestras instituciones y la destrucción de nuestro tejido social.
Restituir la generación de capacidades
Nuestro primer grave problema es el decaimiento de las aptitudes, habilidades y competencias de que disponemos para generar progreso, como individuos y como sociedad. En efecto, por cuarenta años hemos mantenido tres tendencias negativas en la creación de capacidades, que se expresan en una reducción de la escala de nuestro aparato productivo, en la disminución del acceso de la población en edad escolar a la educación de calidad, y en un importante rezago en el dominio del conocimiento y su aplicación a la producción.
En primer lugar hemos sufrido una reducción sostenida y en buena medida consciente en la escala de nuestra economía productiva. Esa reducción derivó, por una parte, de haber mantenido por cuatro décadas una inestabilidad macroeconómica y un sistema regulatorio que desincentivaban la inversión productiva privada y de haber padecido por los últimos quince años una estrategia del Estado dirigida a la destrucción sistemática de empresas; y por la otra, de haber seguido también por cuarenta años una estrategia petrolera que maximizaba la renta por barril exportado, pero limitaba el quantum de producción, impidiendo así que se expresase el potencial del conjunto de la economía para crear tejidos productivos entre sectores, que diesen soporte a un crecimiento robusto y diversificado de las actividades de transformación no petroleras.
En segundo lugar, desde los años 80 del Siglo XX viene desmejorando progresivamente el acceso a la educación de calidad para la mayoría de los niños y jóvenes de nuestro país, los hijos de los hogares populares y cada vez más los hijos de la clase media, en desmedro de la generación de nuevas aptitudes, habilidades y competencias para la productividad, la innovación y el emprendimiento en el conjunto de nuestra fuerza de trabajo, y en menoscabo de la capacidad humana de cada venezolano para progresar, labrarse la vida que valora y vivirla en libertad.
Y en tercer lugar, en las últimas décadas nos hemos rezagado y aún retrocedido en el dominio del conocimiento y su aplicación a la producción, es decir, en nuestra capacidad para conectar al aparato productivo con el sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación. Este sistema languidece en los últimos quince años como resultado del cerco consciente y sistemático que impuso el Estado al emprendimiento privado y a las instituciones de educación superior, y de la ausencia de iniciativas vigorosas de nosotros mismos los universitarios, profesores, investigadores y estudiantes, para llevar a cabo una renovación estructural de nuestras universidades, cuya necesidad es evidente desde hace por lo menos dos décadas y la mayoría de los universitarios decimos compartir desde entonces.
Los capítulos 6, 7 y 8 de nuestro libro “Venezuela, vértigo y futuro”, y tres de los artículos de la serie que hoy iniciamos, los dedicamos a discutir propuestas relativas a la educación en sus diversos niveles, al sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación y al aparato productivo, petrolero y no petrolero, dirigidas a avivar nuevamente la creación de las capacidades que requerimos, y a revertir los vicios que las han hecho mermar en las últimas décadas.
Una reforma institucional que ponga el Estado al servicio del ciudadano
El segundo gran obstáculo que hemos vivido en las últimas décadas es que nuestras instituciones se han degradado, lo que ha sucedido tanto en el ejercicio de la política como en los sistemas regulatorios de la economía; en el sistema de justicia y en la protección de los derechos humanos; en la fuerza armada que ha sido convertida en una organización pretoriana a las órdenes de un país extranjero y del dictador; en las instituciones responsables de la seguridad social; en la educación superior; en nuestras relaciones con el resto del mundo; en la necesaria descentralización del Estado y en la rendición de cuentas del mismo en todos los ámbitos.
Los capítulos 9 a 12 de “Venezuela, vértigo y futuro” y tres artículos de la presente serie se dedican a nuestras propuestas para la reinstitucionalización, que busca poner el Estado al servicio del ciudadano y no alrevés, revirtiendo lo que nos ha sucedido progresivamente por décadas.
Reconstruir el tejido social desecho, que pone en riesgo a la democracia
Y nuestro tercer gran problema, derivado de los dos anteriores y a la vez coadyuvante para que aquellos no se resuelvan, es la pérdida de nuestra cohesión como sociedad, la cual ha venido asociada a la exclusión social que vemos crecer desde la década de 1980, agravada por la siembra de odios que implantó el régimen socialista desde 1999. Nuestro tejido social está deshilachado y a menos que lo reconstruyamos, la democracia que recobraremos estará en riesgo.
Para enfrentar este tercer problema, los capítulos 13 y 14 de “Venezuela, vértigo y futuro” y dos artículos de la presente serie se dedican a la reconciliación con justicia, por una parte, y por la otra a la desaparición de los mecanismos que generan y perpetúan la exclusión social en nuestro país, cuyo crecimiento en las dos últimas décadas del Siglo XX creó las condiciones para que perdieramos la democracia. Proponemos disipar esos mecanismos a través de la implementación de un Pacto de políticas públicas para el progreso de todos y la superación de la pobreza.
Un reto acuciante para el despliegue del nuevo estilo de desarrollo
El reto que implica poner en marcha nuestro nuevo estilo de desarrollo es enorme y acuciante, tanto por la dimensión de los problemas internos a resolver, como por el hecho de que los años en que estaremos intentando desplegarlo, estarán signados internacionalmente por dos tendencias de cuyo influjo no podremos excluirnos. Se trata de la Cuarta Revolución Industrial que se vive en el planeta, la cual ya nos está afectando aunque no lo advirtamos, y de las tensiones globales que están tomando cuerpo como consecuencia de las nuevas confrontaciones de bloques de países, del terrorismo internacional y de delitos globales como es el tráfico de drogas, entre otros.
Mientras mayor sea el rezago que acumulemos frente a las exigencias de educación y conocimiento que plantea la Cuarta Revolución Industrial, y mientras más tiempo nos tardemos en comenzar a reconstruir nuestro tejido social y en recuperar la solidez de las instituciones, mayores serán nuestras tensiones internas, y más alto será el riesgo de que los juegos de la geopolítica y los delitos globales, si consolidan las cabezas de playa que ya tienen entre nosotros, las compliquen convirtiéndolas en parte de una agenda internacional cuyo control nos escape.