“La necesidad de venganza es otra forma de servidumbre”
Lorent Saleh
Por: Veronica Chopite Abraham
Asumir que las dictaduras concluyen cuando finalmente salen del poder, resulta una idea incompleta, simplista y parcial sobre ellas. Por los largos periodos de poder ejercidos de forma tan totalitaria o tiránica, parece que en nuestro país ha surgido una suerte de naturalización de sus prácticas; prácticas ejercidas de forma individual y perversamente, muchas veces ya ni de forma borrosa o solapada.
Estas formas de nanodictadura, hacen cada vez más complicada la superación de dicho modelo, puesto que la politización no democrática hacia la sociedad fue tan efectiva, que resulta sumamente ajeno para un determinado sector, deslastrarse de todo ello para adentrarse y regirse por las verdaderas formas y reglas democráticas.
En Venezuela, lo dicho anteriormente, es un reto muy particular para las generaciones nacidas en la dictadura, es decir, para quienes se han criado bajo un único sistema de gobierno como el que tenemos en la actualidad. Al mismo tiempo, lo es también para aquellos que, a pesar de haber crecido en democracia, quedaron al margen de ella por las razones que fuesen.
Si la historia es un recurso muy útil para explicar el presente por la trayectoria recorrida en el pasado, lo será también para desde el presente ver las perspectivas del futuro. En este sentido, lo más real y urgente al ver nuestra historia contemporánea nacional, sería decir “nunca más una dictadura”; es a través del recuerdo y la memoria, aunque duela, atormente y nos perturbe, porque eso es precisamente uno de los propósitos que cumple la memoria en la vida individual y en la vida pública: recordar el pasado para superarlo sin cometer los mismos errores.
No se ignora ni se minusvalora, lo difícil que resulta y resultará para muchos, sobre todo para tantas víctimas directas e indirectas, lo que implicará vivir el futuro con el recuerdo de la tragedia humanitaria que desde hace mucho tiempo hoy transitamos. Por todo lo anterior, para una vida sana, el recuerdo debe estar precedido necesariamente por la reconciliación.
Muchos conciben la reconciliación de una forma muy simplista y romántica, desvirtuando su verdadera esencia. La organización colombiana Fundación para la Reconciliación, sugiere que existen tres formas en que es posible practicarla según los niveles de confianza que alcancen los actores involucrados: Reconciliación de coexistencia, reconciliación de convivencia y reconciliación de comunión.
Por su capacidad y funcionalidad, la de primer tipo pudiera resultar útil e interesante para lo que a una transición se refiere. La cohabitación, en una primera instancia se basa en un acuerdo de neutralidad entre los involucrados “sin mayor intercambio y cooperación. En esta relación, la agresión y el maltrato desaparecen para dar cabida a un acuerdo de no agresión que puede traducirse como: usted allá y yo acá”[1]
La importancia de este escenario se encuentra en que servirá como uno de los primeros pasos para superar la violenta polarización política de nuestros días. Al igual que plantea una vida pública y política con anticuerpos mínimos para el ejercicio pacífico y posiblemente democrático.
De este pacto surgirá y se generará una paz sostenible en la medida en que se opte por el perdón como un medio para promover una cultura pública de paz, funcional y encaminada hacia el consenso social para generar el mayor desarrollo económico y social posible.
Celebrar este triángulo subjetivo -el perdón, la reconciliación y la memoria- en un escenario de transición, será necesario para convocar la justicia transicional indispensable para resarcir material y simbólicamente a las víctimas de la dictadura. Al mismo tiempo que, de aplicarse correctamente, conseguirá alertar permanente sobre lo costoso de infravalorar, relegar y perder la democracia como el modelo más óptimo para el desarrollo social en todos sus aspectos políticos.
[1] Fundación para la Reconciliación. Escuelas de Perdón y Reconciliación: ESPERE. (2017): p 5