Por: Verónica Chópite Abraham
“¿Qué quieres ser cuando seas grande?” es la pregunta que usualmente acompaña la infancia de toda persona, y que puede ayudar a dibujar el futuro de un país a partir de las referencias de éxito de su población, especialmente la más joven. Dicha noción aparece muy determinada por las condiciones objetivas y subjetivas del presente, que condicionan la capacidad de visión y transcendencia que se pueden tener con respecto al futuro.
Según explica Carlos Matus, se está ante un problema cuando la “formalización para un actor de discrepancia entre la realidad constatada o simulada y una norma que él acepta o crea como referencia”; pero cuando se cuenta con referentes precarios, lo que se asume como éxito tiende a sufrir distorsiones marcadas y que, por tanto, conlleva a naturalizar prácticas perversas que afectan el desarrollo individual y social de cualquier comunidad.
Así pues, si pensamos actualmente en Venezuela, el país vive una estructura favorable en términos demográficos, haciendo que exista un equilibrio entre las proporciones por edad. Esto significa que es mayor la población en edad productiva en relación con la que se encuentra en etapa dependiente. Este fenómeno, único e irrepetible, es conocido como bono demográfico.
De tal modo, ello significa que nos encontramos ante un potencial de desarrollo a partir del capital humano y social del país, que para ser explotado requiere de políticas públicas oficiales que enrumben a la juventud al aprovechamiento de sus capacidades y que contribuya así, al crecimiento del país a través del fortalecimiento del tejido social.
Evidencia de lo ya descrito, serían las oportunidades de ascenso social con las que cuentan los jóvenes. Con esto en mente, hoy las formas de lograr tal ascenso y prestigio social, aparecen muy alejadas de aportar algún beneficio al desarrollo nacional y al debido disfrute del bono demográfico.
Por el contrario, la juventud venezolana aparece entrampada en el ciclo perverso de la pobreza. Esto está en consonancia de los pocos estímulos que existen para la acumulación de capital educativo y en contraste, los muchos incentivos materiales que caracterizan a la vida delincuencial (a pesar de la poca esperanza de vida que ella ofrece), o el trabajo informal producto de la precarización de los estándares de vida.
Sobre este punto, vale decir que los jóvenes que acumulan mayor capital educativo no consiguen el cumplimiento de sus aspiraciones de vida y, les resulta más difícil ascender socialmente. En este sentido, tal como lo revela la Encuesta Nacional de Juventudes realizada por la Universidad Católica Andrés Bello (EJUVE–UCAB 2014), hoy en día los jóvenes venezolanos se hallan ante un dilema en la forma de agenciar sus vidas y conseguir progresos para sí mismo.
En este contexto, resulta lógico que la mayoría de los victimarios de crímenes violentos sean jóvenes entre 15 y 29 años. Asimismo, ello se manifiesta igualmente en el caso de las mujeres; quienes consiguen en la maternidad una forma de prestigio, protección y ascenso social en su entorno.
Todo esto, además de profundizar la grave crisis social y de desarrollo, genera condiciones para el debilitamiento del tejido social, producto de la no compresión de los problemas que nos aquejan como sociedad. Dicho fenómeno se cultiva en razón de la naturalización de tales problemas, a partir de no conseguir satisfacer las condiciones de vida individuales y familiares por vías institucionales y que gozan de mayor trascendencia.
En este orden de ideas, las instituciones políticas, sociales y de todo tipo deben generar mecanismos y estímulos urgentes para aprovechar los años que restan de bono demográfico; que hoy aparece como una oportunidad desperdiciada entre la diáspora, la delincuencia y las zonas más marginales de nuestro país.
Finalmente, la generación de un tejido social pasa por entender el país que hoy nos ocupa, que vive profundas inequidades sociales, distorsiones económicas y culturales. Esto será posible cuando logremos derrumbar esquemas de vida, como los ejercidos por el nuevo militarismo o figuras condicionantes y estereotipadas, como las que se gestionan desde el poder con las más de cuarenta misiones o programas sociales tales como Madres del Barrio.
En síntesis, y aunque un tanto romántico, la respuesta a la pregunta con la que se inició este texto ayuda a dibujar el país que nos espera de persistir con el actual sistema: porque dime cómo sueñan ser los sujetos de la sociedad donde vives y chocarás con el país en el que te convertirás.