Por: Guillermo Ramos Flamerich
Venezuela parece estar en la delantera de los procesos políticos regionales, y tal vez también de los mundiales. En el siglo XIX nuestra gente se esparció por todo el continente en las luchas por la independencia. Así nuestra tierra quedó desolada y las contradicciones de una emancipación sin libertad nos dieron una centuria de guerras, guerrillas y revoluciones a la venezolana. En la segunda mitad el siglo XX logramos construir un sistema democrático e instituciones que parecían estables en medio de una América Latina colmada de dictaduras y autoritarismos, pero justamente al finalizar el siglo fuimos pioneros de un régimen y un sistema que combinaba lo peor del pasado, lo peor de las ideologías caducas y el hampa de cartel. Así surgió y floreció la autodenominada “Revolución Bolivariana”, de un fallido golpe de Estado, a un competidor electoral nacionalista, con un discurso moderado a medida que se acercaba la elección presidencial de 1998, que no se catalogaba de socialista, sino de esa tercera vía tan de moda a finales de los noventa, con la llegada al poder de los laboristas de Tony Blair en el Reino Unido.
El primer gobierno de Chávez se convirtió así en un sistema refrendario que causó simpatías en esa otra parte del mundo que todavía nos observa como si fuéramos los buenos salvajes que podemos realizar la utopía. Poco se hablaba de los ataques a la prensa, de la personalización del poder y la demagogia creciente, asfixiante y mortal. Así se fue construyendo una mafia, un cartel delincuencial al que nada le importa, y que sin escrúpulos, hace todo por permanecer un día más, unas horas más, para seguir aprovechándose de un poder que pueden utilizar a su antojo, pero que no les pertenece, que muy poco les ha pertenecido y pueden perder en cualquier instante. En todas partes del mundo se ve con asombro el surgimiento de esos personajes toscos, autoritarios, que prometen acabar con un sistema, el democrático, que con sus
fallas y errores, ha sido la mejor respuesta para vivir en sociedad. Los venezolanos ahora añoramos un pasado democrático, con partidos, sindicatos y hasta asociaciones de vecinos, que en su momento parecían terribles y despreciables, que debían desaparecer junto a sus políticos, a quien un vengador con boina les iba a “freír la
cabeza en aceite hirviendo”.
Ya sabemos el cuento de cómo terminan las democracias y comienzan las dictaduras cleptocráticas, violadoras de los derechos humanos. El reto ahora es poder salir de este sistema macabro, de unir fuerzas y dejar de lado esas contradicciones propias de quienes ambicionan un espacio de poder. En estosmomentos eso no vale nada, ningún cargo ni cuota, cuando lo que está en peligro es la propia supervivencia de cada uno de nosotros. Renovar partidos y llegar a acuerdos concisos, pero también articular a los ciudadanos comunes que quieren mejorar sus condiciones de vida, con ese proyecto democratizador que debe ser capaz de atender las demandas sociales mientras se construyen instituciones amplias, cada vez más sólidas, donde reinen unas leyes que nos representen y donde la construcción de ciudadanía, sean las claves de una Venezuela que nazca y renazca.
Hemos sido pioneros en muchas aventuras, unas buenas, otras terribles, quizá sea la hora de construir la mejor parte de nuestra historia como nación y república.